Me estaba bañando cuando recibí el siguiente mensaje:
Mi melocactus tiene una flor. Punto. Vine del patio gritando cuando lo vi. Punto. Mi flor. 😍
Alegría del cronopio, pensé.
«Los famas habían puesto una fábrica de mangueras, y emplearon a numerosos cronopios para el enrollado y depósito. Apenas los cronopios estuvieron en el lugar del hecho, una grandísima alegría. Había mangueras verdes, rojas, azules, amarillas y violetas. Eran transparentes y al ensayarlas se veía correr el agua con todas sus burbujas y a veces un sorprendido insecto. Los cronopios empezaron a lanzar grandes gritos, y querían bailar tregua y bailar catala en vez de trabajar.» (Comercio. Historias de Cronopios y Famas. Julio Cortázar).
Yo sabía que alguna de mis #HistoriasMínimas iba a ser protagonizada por un Melocactus pedernalensis algún día. Pero ni siquiera se trató de MÍ melocactus, autor de tantas alegrías este año. Si entendemos por alegría que nazca una flor.
Recordé la espera del cronopio: con el hilo azul contra el pecho, esperando ansioso a que el fama le invite a subir al auto antes de que llueva. Así esperaba el nacimiento de la flor que aseguré que saldría dentro de cinco años.
@jenniferlantigu, las flores no son de nadie, me ha dicho @mariselagut en estos días. Tiene razón. Es su flor (del melocactus). Pero es tu alegría. Y la mía. Y hay que bailar tregua catala espera.
(Sobre la foto: Es MÍ melocactus. Si esta historia no la protagoniza mi pedernalensis, entonces le daré el lujo de protagonizar la foto. Egoísmo del cronopio.)