SANTO DOMINGO (RD).-El historiador Adriano Miguel Tejada, miembro de la Academia Dominicana de la Historia, asegura que “(…) que la Restauración fue el resultado de la movilización interna de ingentes recursos económicos y patrióticos, unidos a la circunstancia de que Haití decidió apoyar la causa dominicana por puro interés nacional frente a la amenaza europea”.
En su disertación titulada “La Anexión y la Restauración en el contexto de los años 60 (los de 1860)”, Tejada, quien también dirige el influyente rotativo gratuito Diario Libre, asegura que la Anexión a España y la Restauración de la Independencia de República Dominicana “se dieron en un contexto internacional explosivo”.
España buscaba recuperar “sus viejas glorias”, dice. Explica que esto se suma a la guerra civil en Estados Unidos, la intervención europea en México y los primeros conatos de independencia en Cuba y Puerto Rico.
Recuerda que la década de 1860 fue decisiva, “no solo por lo que significó históricamente la gesta restauradora, sino por otros acontecimientos internos no menos importantes como el intento de José María Cabral de anexarnos a los Estados Unidos, cuando apenas amanecíamos de la Restauración, la vuelta al poder del conservador Buenaventura Báez por seis años, único caudillo nacional viviente luego del fallecimiento del general Santana en 1864, en cuyo período se produce la firma del empréstito Hartmont, cuyos efectos sentiremos hasta bien entrado el siglo XX y un par de años más tarde el proyecto de anexión a los Estados Unidos que fue rechazado por el Congreso de ese país”.
A continuación la conferencia de Adriano Miguel Tejada:
La Anexión y la Restauración en el contexto de los años 60 (los de 1860)
Agradezco a la señora presidenta de esta Academia Dominicana de la Historia, doctora Mu-Kien Sang Ben, la amable invitación para compartir algunas reflexiones sobre la Restauración de la Independencia dominicana en esta sesión solemne de la Institución en ocasión del 154 aniversario de la gesta patria. Me siento muy honrado y agradecido por la presentación del distinguido académico y amigo, el licenciado Manuel García Arévalo.
Reconozco la presencia de los distinguidos académicos de Número, académicos correspondientes, colaboradores, invitados especiales y a los amigos que siempre nos acompañan en las actividades de la Academia.
Señoras y señores:
La Anexión y la Restauración de la Independencia de nuestra Patria se dieron en un contexto internacional explosivo, del intento de España de recuperar sus viejas glorias, de guerra civil en los Estados Unidos, de intervención europea en México, de los primeros conatos de independencia en Cuba y Puerto Rico, ambas gestas inspiradas por lo que ocurrió en Santo Domingo, de la unificación de Italia, y de la formación del imperio alemán, de la guerra del Pacífico entre España, Perú, Chile, Ecuador y Bolivia, y otras graves complicaciones internacionales.
La tesis básica de este trabajo es que la Anexión de nuestro país a España fue posible por las especiales circunstancias que se vivían en España y en los Estados Unidos y que la Restauración fue el resultado de la movilización interna de ingentes recursos económicos y patrióticos, unidos a la circunstancia de que Haití decidió apoyar la causa dominicana por puro interés nacional frente a la amenaza europea.
Otras tesis secundarias de este trabajo las desarrollaré como parte de un ensayo más amplio que publicaré posteriormente. Así que no se me asusten.
Distinguidos amigos:
Al iniciar la década de 1860 cuatro grandes jugadores incidían en la suerte de las Américas y el Caribe y, particularmente en nuestra tierra:
1.-Inglaterra, dueña de los mares y que había realizado una revolución industrial sin paralelo en la historia de la humanidad. A causa de su poderío económico, fue la gran beneficiaria de la independencia americana y, en nuestro caso, mantuvo relaciones consulares y sirvió de mediadora en nuestro conflicto con Haití;
2.-Francia, la otra potencia europea con grandes intereses en las Antillas y América. Por un tiempo dominó la isla entera y finalmente la Parte Este y durante el período de la independencia sus enviados coquetearon con el protectorado de nuestro país y no había desistido de sus aspiraciones con relación a Haití;
3.-Los Estados Unidos, la potencia en expansión, que quería frenar la influencia europea en América pero que se encontraba en un peligroso momento de su historia amenaza por la división, y
4.-España, que trataba de revivir sus viejos lauros y que mantenía la posesión de dos de las Antillas Mayores, Cuba y Puerto Rico y que no veía con malos ojos expandir su influencia en la región.
Todos conocemos las razones que impulsaron a Pedro Santana a solicitar la anexión de nuestro país a España. La anexión, como razona don Pedro Troncoso Sánchez, fue un recurso para trasladar “al centro imperial ultramarino la querella doméstica”. (100)
Vuelto Santana al poder en 1858, luego de traicionar la revolución cibaeña de 1857, y de su enemistad irreconciliable con Buenaventura Báez, envió a España a Felipe Alfau en 1859 a buscar un acuerdo, pero ante la lentitud de las tratativas, Santana se dirigió directamente a la reina Isabel II el 27 de abril de 1860 y menos de un año después, el 18 de marzo de 1861, había proclamado la anexión del país a la Madre Patria.
Van a ser precisamente estos factores de poder, la popularidad de Báez, la agonía de la sociedad hatera, la relativa riqueza del Cibao en aquella sociedad empobrecida, y la grave crisis económica a consecuencia de la revolución cibaeña traicionada por Santana, los que se van a constituir en los factores decisivos internos de la Anexión.
Sin embargo, independientemente de las razones locales, no hay dudas de que el afán español de revivir sus viejos lauros imperiales, y el conflicto interior de los Estados Unidos fueron fundamentales, por el lado externo, en la consecución de la entrega de la soberanía dominicana.
El papel internacional de España
Para entender el proceso por el que pasó España tenemos que remontarnos a los acontecimientos de la Revolución Francesa que culminaron con la ocupación napoleónica de España, la subsecuente abdicación del rey Carlos IV en Bayona y la imposición del hermano de Napoleón, José Bonaparte, como rey de España.
Esta expansión francesa obligó a Inglaterra a formar una “Tercera Coalición” junto a Austria, Rusia, Nápoles y Suecia para enfrentarla. La respuesta franco-española fue formar una “Armada Invencible” para destruir el poderío naval británico e invadir la isla británica. El enfrentamiento, uno de los más importantes de la historia de la guerra naval, tuvo lugar el 21 de octubre de 1805 frente a las costas del cabo de Trafalgar, cerca de Cádiz, con derrota para la armada franco-española.
Cinco años después se inicia el proceso de independencia de las naciones sudamericanas que encontró a una España derrotada, sin barcos ni condiciones para dar una batalla a la altura del reto que enfrentaba y que culminaría dejando solo las posesiones caribeñas y del Pacífico en manos de la nación ibérica.
Es bajo estas condiciones que se inicia el reinado de Isabel II. A la muerte de Fernando VII, el 29 de septiembre de 1833, su esposa, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias asume la regencia dada la minoría de edad de su hija Isabel. Entonces, España estaba dividida en dos bandos políticos, los liberales y los absolutistas y una gran presencia del sector militar, del cual saldrían prácticamente todos los jefes de gobierno del período ante la incapacidad de una reina que no gustaba de los asuntos de Estado.
La España del período 1833 a 1850 fue una nación que vivió guerras intestinas, pugnas reales, corrupción y una gran inestabilidad política, hasta el año 1856 cuando se inicia el gobierno de la Unión Liberal que va a producir la Anexión de la República Dominicana.
En el territorio de la península, el gobierno de la Unión Liberal va a realizar grandes inversiones en obras públicas incluyendo el desarrollo del ferrocarril, y logrará aprobar importantes leyes modernizantes en su afán de poner a España a la altura de las más importantes naciones europeas.
En política exterior, el gobierno liberal realizó numerosas acciones “de prestigio” o de “exaltación patriótica” que redituaron en un gran apoyo popular para la administración, sobre todo la llamada “guerra de África” de 1859 que consolidó las posiciones de Ceuta y Melilla hasta el día de hoy.
Estas acciones y otras que comentaremos más adelante, fueron posibles gracias al tratado de la Cuádruple Alianza, firmado entre Inglaterra, Francia, España y Portugal el 22 de abril de 1834 que las comprometió a participar en acciones en Asia y América.
Principales Conflictos
Permítanme ahora resumir algunos de los principales conflictos en los que participó España a consecuencia de estos pactos y del nuevo ambiente que se respiraba en Madrid a raíz de la entronización de los gobiernos liberales.
Una primera acción importante lo constituyó la Guerra de Cochinchina entre 1858 y 1862, que marcó el inicio de la colonización francesa en esa región que incluye lo que hoy es Vietnam donde los franceses permanecieron por un siglo.
El pretexto para esta guerra fue el asesinato en la zona de varios sacerdotes católicos, incluyendo un obispo español. Francia y España, que gobernaba las Filipinas, enviaron una fuerza expedicionaria que culminó con la ocupación francesa del Anan, el actual Vietnam.
Pocos conocen de la participación española en este conflicto que incluyó el sitio a la ciudad de Saigón, ente otras acciones guerreras.
Ya España estaba en Santo Domingo, cuando se presentó la cuestión mejicana.
El gobierno mejicano encabezado por Benito Juárez anunció en 1861 la suspensión de pagos de la deuda externa. En respuesta a la decisión mejicana, Francia, Inglaterra y España formaron una alianza por medio de la Convención de Londres y anunciaron su intención de enviar tropas a México. Juárez, tratando de evitar el conflicto, derogó la ley de suspensión de pagos, pero la alianza mantuvo su intención y envió tropas que llegaron a Veracruz en 1862.
Luego de negociaciones con el gobierno mejicano, los españoles y los ingleses se retiraron, pero los franceses decidieron ocupar a México, que fue el plan de Napoleón III desde el principio, con el propósito de apoyar a los confederados en la guerra civil de los Estados Unidos y crear un nuevo imperio francés en América.
Los franceses impusieron al emperador Maximiliano que pretendió modernizar a México, pero los mejicanos que ya habían saboreado la vida independiente, defendieron su soberanía hasta culminar con la expulsión de los franceses y el ajusticiamiento del emperador de origen austríaco en el año de 1868, que como veremos, fue un año extraordinario.
Otro capítulo poco conocido en nuestro país es la participación de España en la denominada guerra hispano-sudamericana, o Primera Guerra del Pacífico, conflicto bélico originado en Perú, con gran participación de Chile, a raíz de un incidente ocurrido con la expedición científica española que visitaba esos lugares.
En 1862 España decidió enviar una expedición científica y diplomática al Pacífico que viajaría escoltada por cuatro buques de guerra. La presencia militar no era solo exhibicionismo imperialista, sino que también serviría para apuntalar los reclamos de ciudadanos españoles residentes en las Américas. Perú todavía no había sido reconocido por España como nación independiente y existían varios reclamos de ciudadanos ibéricos contra ese país desde la independencia.
El conflicto entre España y Perú se inició con el denominado “incidente de Talambo”, que no fue más que una pelea entre peones españoles de una hacienda y un terrateniente peruano que culminó con dos muertos y varios heridos, pero las noticias que llegaron a la flota de la expedición científica eran confusas y exageradas. La mala inteligencia entre las autoridades españolas y peruanas llevó a la ocupación de las islas Chincha en 1864 por la escuadra española. Cuando parecía haberse llegado a un arreglo, un golpe de estado en Perú desbarató el acuerdo.
Chile, por su parte, se negó a abastecer los buques españoles y luego declaró la guerra a España el 25 de septiembre de 1865, a la que se unió Perú y al año siguiente lo hicieron también Ecuador y Bolivia, aunque estos dos últimos países no tomaron parte en las hostilidades.
Hay que decir que la actitud de las naciones sudamericanas estuvo muy influenciada por la guerra restauradora, pues en 1864 se celebró en Perú el Segundo Congreso Americano “para fijar las bases de la futura tranquilidad y seguridad de los pueblos de Sudamérica” y Perú obtuvo la sede de la conferencia por su actitud de defensa de la soberanía de los pueblos de Santo Domingo, México, Nicaragua y Costa Rica.
En homenaje a Perú debe decirse que fue la primera nación latinoamericana en protestar contra la Anexión. En la protesta enviada el 24 de agosto de 1861 a todas las naciones latinoamericanas, el ministro de Relaciones Exteriores de Perú, José Fabio Melgar decía que “El Perú reconoce la ilegitimidad de este acto: protesta solemnemente contra él y condena las intenciones dañadas del Gabinete de Madrid hacia la América Republicana”.
Las principales acciones de guerra fueron los combates navales de Papudo, de Abtao, el bombardeo de Valparaíso y el combate del Callao, acciones que terminaron en 1866, pero no fue sino hasta principios de 1871 que se logró un armisticio. El último de los tratados de paz entre las partes contendientes se firmó en 1885 con Ecuador.
Como se puede apreciar en esas pinceladas, España participó desde mediados de la década de 1850 en conflictos en África, Asia, América del Sur y en las Antillas. Ya hemos visto las razones de este activismo y sus resultados, pero nos falta analizar el hecho que abrió la brecha por donde se coló la Anexión de la República Dominicana a la monarquía española: la guerra civil en los Estados Unidos.
Cuando Abraham Lincoln fue elegido presidente de los Estados Unidos en 1860 con la oposición de los once estados del sur de esa nación, ya la división de la gran nación era un hecho. Todavía Lincoln no había tomado juramento como presidente y los estados rebeldes habían formado los Estados Confederados de América, declarando su independencia de la Unión.
Por supuesto, el trasfondo del conflicto no era político, sino económico: la lucha entre dos tipos de estrategias económicas para enfrentar el desarrollo: la industrial igualitaria del Norte y la esclavista agraria del Sur. Junto a esto, los estados del Sur estaban convencidos de que el creciente desarrollo del Norte iba en desmedro de sus derechos como miembros de la Unión.
En marzo de 1861, cuando nuestro país se anexaba a España, los Estados Unidos se dividían en dos naciones: el Norte, o la Unión, presidida por Lincoln, y los Estados Confederados de América con Jefferson Davis como presidente.
Los Estados Unidos protestaron enérgicamente la Anexión a España pero el presidente Lincoln no aprobó una declaración de guerra, convencido de que su nación no estaba preparada para librar dos guerras al mismo tiempo y temiendo las repercusiones que ese hecho podía tener en otras naciones de Europa.
Las hostilidades de la guerra civil estadounidense se abrieron el 12 de abril de 1861 con el asalto confederado al fuerte Sumter. Los sureños ganaron los primeros enfrentamientos, lo cual aceleró la proclamación de la abolición de la esclavitud por parte de Lincoln el 11 de enero de 1863, aunque en realidad el mayor poderío industrial del Norte sería decisivo en la guerra que culminaría en abril de 1865 con la rendición del Sur, en momentos en que el presidente Lincoln era asesinado en un teatro de Washington.
Por supuesto, unos Estados Unidos divididos y peleando entre sí, tenía que ser visto desde Europa como el principio del fin de la gran potencia que se estaba forjando en América y, en consecuencia, una señal indiscutible de que nadie podría aplicar de hecho el freno a las pretensiones europeas que representaba la doctrina de Monroe.
Por razones de tiempo no me voy a referir a la constitución de la Confederación Germánica del Norte en 1867 que produciría, cuatro años más tarde en 1871, el imperio alemán bajo la mano de hierro de Bismark, ni a la unificación de Italia lograda gracias al carisma de Garibaldi que logró unir bajo Víctor Manuel II los diferentes estados de carácter feudal que existían en la bota italiana.
He incluido estos detalles para poner en contexto los interesantes tiempos que se vivían en el mundo en la década del 1860 que para nosotros fue decisiva no solo por lo que significó históricamente la gesta restauradora, sino por otros acontecimientos internos no menos importantes como el intento de José María Cabral de anexarnos a los Estados Unidos, cuando apenas amanecíamos de la Restauración, la vuelta al poder del conservador Buenaventura Báez por seis años, único caudillo nacional viviente luego del fallecimiento del general Santana en 1864, en cuyo período se produce la firma del empréstito Hartmont, cuyos efectos sentiremos hasta bien entrado el siglo XX y un par de años más tarde el proyecto de anexión a los Estados Unidos que fue rechazado por el Congreso de ese país.
Es decir, contrario a lo que se ha dicho tradicionalmente, las fuerzas conservadoras que venían de la Primera República no cejaron en su afán de entregarnos a otro país a pesar de las lecciones de la guerra restauradora. Sin embargo, los prohombres de la Restauración encabezados por el ejemplo de Gregorio Luperón no dieron tregua a Báez y sus afanes entreguistas.
Para concluir con el repaso internacional se debe agregar que unas graves inundaciones ocurridas en España en 1866 que trajeron como resultado la pérdida de las cosechas, provocaron una crisis política que se llevó al gobierno de Leopoldo O´Donnell, tomando posesión como Jefe de Gobierno Ramón María Narváez, quien no logró detener el descontento popular hasta que en septiembre de 1868 estallaría una revuelta denominada “La Gloriosa” que provocaría el destronamiento de Isabel II.
La lucha de los dominicanos fue seguida con mucho interés en toda América, como ya hemos visto y en las posesiones españolas del Caribe, fue la mecha que detonó los primeros intentos de independencia, en Puerto Rico con el Grito de Lares y en Cuba con el de Yara, ambos en ese extraordinario año de 1868.
Se debe apuntar que el Grito de Lares, coincidente con la caída de la reina Isabel II en España en septiembre, fue antecedido por los esfuerzos de Gregorio Luperón de armar una expedición dirigida por Ramón Emeterio Betances que fue abortada por los españoles luego de la llegada de Báez al poder, después de haberse facilitado armas y un barco.
El grito de Yara se lanzó un mes más tarde, el 10 de octubre de 1868, bajo el liderazgo de Carlos Manuel de Céspedes y dio inicio a la Guerra de los diez años, durante los cuales muchos cubanos se exiliaron en nuestro país reiniciando la industria azucarera que había desaparecido a escala industrial desde los tiempos de la colonia.
Causas y consecuencias del triunfo restaurador
Al momento de proclamarse la Restauración, la República Dominicana tendría unos 186,700 habitantes, en todo caso, menos de 200,000, constituyendo la región del Cibao la zona más rica del país, la cual producía prácticamente todo el tabaco dominicano del cual se exportaban entre 60 y 80 mil quintales. Gracias al aporte del tabaco, el Cibao era responsable del 65 por ciento de todas las exportaciones nacionales. Por tanto, no es de extrañar que el tabaco financiara la guerra restauradora.
Los dominicanos, con un ejército menos numeroso y peor equipado, utilizaron sin embargo una mejor táctica: el continuo hostigamiento de las tropas españolas por medio de una guerra de guerrillas usando la espesura de nuestros bosques y todos los elementos que le suplía nuestra exuberante naturaleza.
No hay acuerdo sobre las bajas en ninguno de los bandos, pero hubo pocos combates formales y la guerra, a falta de otra definición, fue de baja intensidad, pero sin pausa para los españoles que no podían ni dormir en los campamentos. Luego, nuestros mosquitos se encargaron del resto.
El sistema de guerra de guerrillas, aunque existía un mando unificado, tuvo necesariamente que dar muchas libertades a los jefes locales que cometieron toda clase de atrocidades y que al terminar la Restauración crearon las bases para el período de inestabilidad que siguió.
La Restauración y el nacionalismo dominicano
Tradicionalmente se ha entendido, sobre todo después de la sentencia de Eugenio María de Hostos, que la Restauración fue la verdadera independencia dominicana porque gracias a ella nos despojamos de todo apego colonial español que nos quedaba.
Hostos nos decía que luchar contra Haití era casi natural, pero que pelear contra España equivalía a una especie de parricidio. Para el insigne pensador puertorriqueño y de las Américas, “mayor día, día máximo, es el 16 de agosto, día del más vigoroso esfuerzo que ha hecho la nación dominicana”. Esa expresión es un reconocimiento al proceso de decantación del sentimiento nacional desde el choque cultural que significó el tratado de Basilea, la era de Francia en Santo Domingo, el descuido ruinoso de la “España Boba”, que de acuerdo a don Américo Lugo, constituyó “la primera manifestación del espíritu de autodeterminación entre los dominicanos”, y los 22 largos años de la “dominación haitiana”. Pedro Henríquez Ureña, reconoce que la Restauración “galvanizó la nacionalidad dominicana”.
Para Roberto Cassá, “la Restauración vino a ser entonces el acontecimiento culminante del siglo XIX, en tanto que ratificó y expandió estas búsquedas de los dominicanos que se canalizaron primordialmente por medio de la aspiración de autonomía en un Estado independiente…”
“La búsqueda de la autonomía nacional, sigue diciendo el destacado historiador, registró obstáculos persistentes a lo largo del siglo XIX… La Restauración misma fue un producto de este carácter convulso de la historia dominicana…”
Como ha señalado un distinguido autor nuestro, “la sangre derramada en Moca y en San Juan de la Maguana en el mismo año de 1861 anuncia la envergadura de la realidad político-social que se creaba al tiempo que abonó el ambiente para que aquella débil alma nacional que asombrada se descubrió a sí misma en 1795, y que lentamente había crecido, se convirtiera en un coloso de acerados músculos en 1863”. (161)
Y es que “ese ardor, ese esfuerzo supremo, ese heroísmo, ese sacrificio al incendiar Santiago y ese luchar sin fatiga de tantos cabecillas y soldados restauradores, que antes no se sabían héroes; esa revelación repentina de Luperón como gran capitán, hasta ganar la fortaleza de San Luis y dejar instalada la nueva República en armas, solo tuvo como fuente una recóndita dominicanidad largo tiempo gestada”. (162-3)
Ya lo decían los restauradores en el “Acta de Independencia” firmada en un humeante Santiago de los Caballeros el 14 de septiembre de 1863, “Los hábitos de un pueblo libre por muchos años han sido contrariados impolíticamente con un fuego quemante y de exterminio (…) He aquí las razones legales y los muy justos motivos que nos han obligado a tomar las armas y a defendernos, como lo haremos siempre, de la dominación que nos oprime, y que viola nuestros sacrosantos derechos (…) El mundo conocerá nuestra justicia, y fallará. El Gobierno Español deberá conocerla también, respetarla y obrar en consecuencia”.
De la suma de razones que condujeron al triunfo restaurador, don Ciriaco Landolfi resalta que “la cultura del color, valorativa del orden económico impreso por el régimen esclavista español en la región, fue un revés definitivo a la supuesta identidad cultural dominico-española en 1861, porque a la intolerancia religiosa, la persecución ideológica, y a la absoluta incomprensión –cuando menos— del orden social dominicano, se vino a unir la irritante ominosa pretensión de la superioridad racial”. (110)
Se ha hablado con justas razones, de la influencia de la lucha dominicana en Cuba y Puerto Rico, pero no se ha valorado en su verdadera dimensión la influencia de esta gesta con relación a nuestros vecinos haitianos. Algunos autores observan “un vuelco completo en la apreciación de la realidad y en su lógica con respecto a los dominicanos”. (173)
Si hasta ese momento Haití tenía razones para pensar que su soberanía podía peligrar por la independencia dominicana y las tendencias anexionistas de algunos de sus líderes, o de que todavía tenían la esperanza de reconquistar la unidad de la isla bajo una misma bandera, la heroica lucha de los restauradores le demostró a nuestros vecinos la fortaleza y el vigor de nuestros anhelos soberanos y la existencia en nuestro suelo de un pueblo capaz de luchar y morir por la tierra que sabían suya y que sería la herencia inextinguible para sus hijos y los hijos de sus hijos.
Se puede justamente concluir además, que la “Restauración cuestionó todo un proyecto de reconstitución del poder imperial español”, por lo que sus alcances trascienden los estrechos confines de nuestro territorio.
En términos de la política interna, la Restauración consolidó la formación de un partido liberal, el Partido Azul, que lograría establecer las bases para los primeros esbozos del desarrollo dominicano. Aunque al final terminaría burlado por Ulises Heureaux, el Partido Azul de los De Rojas, Luperón, Espaillat, Bonó, Billini y otros, ofreció las mejores esperanzas de vida independiente, en libertad y progreso que había tenido la República desde su fundación.
Distinguidos académicos; señoras y señores:
La guerra restauradora fue una guerra popular, anticolonial y antillanista por sus consecuencias. Para Bosch es “el acontecimiento histórico más importante de la República Dominicana” porque en ella “tomó parte directa, activa y principal el propio pueblo dominicano”.
Un pueblo mal armado, un ejército mal alimentado y precariamente avituallado, insuficiente en número, pero inmenso en el valor y en la táctica, supo enfrentar todos los obstáculos, para preservar no solo su independencia sino también su modo de vida, sus costumbres, sus tradiciones y la tolerancia característica de toda sociedad digna y libre.
Hostos concluye que el 27 de febrero y el 16 de agosto recuerdan “la misma hambre y sed de independencia que ha tenido siempre el pueblo dominicano. Son más que un recuerdo, una seguridad, de que, mientras el pueblo dominicano sea lo que en febrero de 1844, y en agosto de 1863, producirá hombres capaces de libertarle del yugo que le haya impuesto la falacia del extranjero o la malicia de sus propios hijos”.
El hecho de que nos encontremos aquí esta noche honrando la memoria de esos héroes y que hayamos sostenido nuestra independencia a pesar de pasajeros trastornos, es la mejor demostración de la profundidad del sentimiento nacional que aquellos hombres y mujeres supieron defender en toda su amplitud, y que nosotros, la actual generación, tenemos la obligación de elevar a nuevos estadios de dignidad y respeto.
Los años de 1860 nos confirmaron en el valor de nuestra independencia y los de 1960 nos rescataron de las garras de la tiranía y ratificaron ante el mundo la dignidad de nuestra bandera frente a la bota extranjera.
Que la memoria de nuestros héroes inmortales nos motive a preservar para las generaciones por venir, la independencia por la que ellos dieron sus vidas y para garantizar a todos los dominicanos los ideales de progreso y armonía social, en una sociedad democrática, tolerante, justa y solidaria.
Muchas gracias.
15 de agosto de 2017