Una amiga estuvo de viaje en la India, y como me gustan los cruces que se dan entre la realidad y la literatura, le pedí que me trajera una ramita de un árbol de cardamomo. Vinculaba este árbol a un libro que leí hace años: la autobiografía de Phoolan Devi, una bandolera (primero) y parlamentaria (después) de la India, cuya historia es tan desgarradora como espectacular y fascinante.
Para que entendiera mi petición, quise compartirle el fragmento del libro donde Phoolan narra su relación con un magnífico árbol (la única cosa de valor que tenían en su familia, perteneciente a una de las castas más bajas de la India).
El árbol serviría para pagar su dote cuando contrajera matrimonio, pues su madera tenía cierto valor. Pero el tío de Phoolan, en ausencia de su padre, lo derribó y se quedó con el resultado de la venta. La escena de la niña arrancando las ramas del árbol del camión que se lo llevaba me pareció tan fuerte que nunca la olvidé.
Lo que sí olvidé es que no se trataba de un cardamomo, sino de un árbol de nim. Sí, de esos que abundan en República Dominicana. Ante la constatación, me sentí un poco ridícula y cambié de petición. Pero más tarde recordé algo que me conmovió de alguna manera: yo misma, de niña, tuve un árbol de nim enorme que daba sombra a todo el patio. Este árbol amenazó con quebrar las paredes de la casa y lo cortaron.
Y es cierto que no lloré sobre su tronco, pero nunca asimilé la pérdida de esa sombra. El patio de la infancia no era igual sin el nim: era caliente y hostil. Eran los tiempos en que yo dejaba de ser una niña y el patio dejaba de ser el territorio de la fantasía. La época en que me volví una adolescente de puertas adentro.
Como mi sentido del ridículo al día de hoy anda por lo bajo, debo admitir que además es la segunda vez que intento forzar una experiencia literaria y las cosas salen mal. La primera vez fue cuando compré espárragos para saber de qué hablaba Juvenal Urbino en El amor en los tiempos del cólera. Ese post anda por ahí y la lección es que debo dejar de hacer esas tonterías.