El otro día un amigo (medio extranjero, medio dominicano) se quejaba de que en Santo Domingo no había nada que hacer fuera de la Zona Colonial.
Esa conversación me retrotrajo a mis lecturas más recientes: Frank Báez, en su Splent de Santo Domingo, donde unos jóvenes esperan una nave espacial en una ciudad donde no ocurre nada. Juan Dicent en Summertime, cuando un personaje expresa que si no fuera por el Malecón y por la Zona Colonial nos suicidaríamos antes de los 25…, entre otros autores que recogen ese sentimiento de asfixia en una ciudad que a pesar de su desarrollo urbano sigue siendo soñolienta, ofrece pocas opciones y, en cambio, mucho caos a quienes la habitan.
Hoy he vuelto a recordar la conversación al finalizar el libro “Los tres salen por el Ozama”, de Vicenç Riera Llorca (un exiliado republicano que estuvo en el país en los años 40), un libro que leí con la ilusión de encontrar referencias a un faro de hierro que existió en la ciudad (y no, el faro no aparece).
En la novela me encontré con las imágenes de ese Santo Domingo bucólico y aldeano de los años 40. Una ciudad asfixiante, no solo por el clima político de la época, sino por sus propias limitaciones sociales y culturales.
El libro de Riera parece un manual de prejuicios, pero hay que observar que se trata de la mirada limitada y deprimida del europeo blanco, así que para quitarme ese malestar he recurrido a las fotografías de Kurt Schnitzer (Conrado), un exiliado judío que retrató la ciudad por esas mismas fechas. Lo cierto es que leer “Los tres parten por el Ozama” es casi como ver las fotografías de Conrado y al decir esto estoy señalando también un aspecto positivo y rescatable de un libro que, si bien no me trajo el faro, me colocó ante imágenes que agradezco inscribir en mi memoria.
Todas las fotografías de Conrado que coloco en el post son imágenes que se describen también la novela.