Bosch, como la primera vez

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La primera vez que leí a Juan Bosch no lo leí en realidad, sino que me lo leyeron. Y por distintas razones fue algo tan especial para mí que lo recuerdo como el primer día: mi papá llegó a casa con dos libros, uno muy malo, otro muy bueno.

Y ese libro muy bueno era «Cuentos escritos en el exilio», de Juan Bosch (que aún conservo). Se sentó en el borde mi cama, una cama de hierro ruinosa que había pertenecido a mi tía abuela, y me leyó el cuento “Luis Pie”.

Y el siguiente detalle podrá sonar como una delfinada, pero había luna llena y yo la recuerdo como hoy, porque iluminaba todo el cielo y el todo el pueblo y también mi habitación.

De aquella noche también recuerdo otras cosas. No solo la voz de mi padre leyendo, sino ese fragmento en que Bosch describe el cañaveral incendiado: “los tallos disparaban sin cesar y por momentos el fuego se producía en explosiones y ascendía a golpes hasta perderse en la altura”. Porque fue el momento en que mi padre hizo una pausa para preguntarme si sabía a qué se refería el autor. Y yo no sabía, pero él sí, porque se creció en un batey y conocía muy bien cómo suena la caña al incendiarse.

Me lo explicó y siguió leyendo. También recuerdo que aquella noche se encerró con mi madre en la habitación y yo escuchaba sus risas y no podía imaginar de qué se reían, algo supe muchos años después, a recordar aquella noche con todos sus detalles. Yo tenía 12 años.

(Sobre el vídeo: es la voz de Juan Bosch leyendo “Luis Pie”, con imágenes de un cortometraje de Peyi Guzmán.)

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