«¡Subir a por aire! Si no hay aire»

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Recientemente leí la novela “Subir a por aire”, de George Orwell, y desde entonces no he logrado que algunos de sus pasajes se me borren de la retina. Por un lado, porque no dejo de pensar en la condición de la clase media (que es la mía propia), nuestros miedos a que nos roben o a perder lo adquirido (“las buenas costumbres”, la «categoría”, las cosas que decimos adquirir con tanto esfuerzo y un tanto de suerte) que no es más que el equivalente a una existencia tan precaria como aquello a lo que más tememos: volver a ser pobres, si alguna vez lo fuimos, o convertirnos en pobres, si no lo fuimos nunca.

No es fácil no pensar en eso, porque vivo rodeada de ejemplos inmediatos.

Pero lo que resulta realmente conmovedor de la novela es el intento de huida del protagonista y sobre todo cómo apela a recuperar lo que llama «la mirada de los niños», incluso cuando admite que no idealiza en absoluto a la niñez.

De lo que habla es de volver a sentir que se tiene «todo el tiempo por delante y de que lo que se está haciendo se podría continuar haciendo para siempre». Exactamente lo que se pierde no solo cuando se es adulto, sino cuando en la carrera hacia la adultez te empeñas tanto en no tener una vida materialmente precaria que termina siendo espiritualmente miserable.

«Hay algo que hemos perdido […], una especie de fluido vital que se nos ha evaporado hasta no quedar nada. ¡Todo este correr de aquí para allá! La eterna lucha por un poco de dinero, el eterno rugir de los autobuses, las bombas, las radios, los teléfonos… Tenemos los nervios destrozados; nuestros huesos, donde debería estar la médula, están vacíos».

En el slide rescato algunos de mis pasajes favoritos.

La ilustración es de @jomorban

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